martes, 9 de julio de 2013

Pintando






Despertó muy temprano, cuando el sol apenas asomaba en el horizonte. Observó con atención los altos muros que eran rebasados por las copas de los árboles. Entre sus troncos habitaba una oscuridad absoluta; el muro no dejaba pasar la luz, que tímida se insinuaba  entre las hojas. Se sentó triste, y por un momento, quedó inmóvil y pensativa.
Le fascinaba ver claridad por todos lados; la oscuridad siempre le dejaba una sensación de temor, como si de ella pudieran desprenderse entes diabólicos que pudieran llevársela.
Se levantó de repente y con una expresión ilusionada, fue por sus pinceles.  Después de algún tiempo, troncos de árboles y espacios de muro, se convertían ante sus ojos, en un mar en calma. El tono azul igualaba al del cielo; parecía que en su superficie se bañaban las estrellas, tranquilas y sin pudor; su desnudez estaba protegida por las copas de los árboles. Ella aún pudo pintar una gaviota, que volando de prisa, cruzó el horizonte. Mientras las olas avanzaban como queriendo mojarle los pies.


Los bailarines



Laura lucía sus galas de domingo, la amplia falda casi envolvía a Emiliano cuando daban giros, en la euforia del baile. Tenía una tierna sonrisa dibujada en su rostro del color café suave de la tierra que los  viera nacer. Su cabello negro, peinado en dos trenzas y adornado con listones color grana, cautivaba a Emiliano. Él se sentía orgulloso por ser su compañero de baile y los dos  querían que éste no acabase, tener un pretexto para rozar sus cuerpos y abrazarse mientras  intercambiaban sonrisas, entre revuelo de faldas y taconeos. La música alegre contagiaba sus sentidos y con emoción recibieron los aplausos conquistados. Hubieran querido que el tiempo se hiciera eterno y contar con una remota posibilidad de permanecer juntos. Después de tres bailes más, dieron término a su actuación. Ante el júbilo de la gente que había disfrutado con ellos, fueron conducidos fuera del escenario. Emiliano consiguió rozar por un momento la mano de Laura, antes de que el titiritero los arrojara con indiferencia en cajas separadas.


Inexcusable





En un país de letras las mayúsculas cuidaban con esmero a las minúsculas, en un divertido día de campo. Tenían problemas con la o, que traviesa, le gustaba rodar por todos lados. La h, era la encargada de poner énfasis en los ahh y ohh de sorpresa y también era solidaria con las letras que temían caminar solas y de esa forma se le veía ir campante entre dos vocales.
En el país vecino los signos envidiaban su libertad, y ladinos, pensaron aprisionarlas. Sigilosamente se acercaron y cuando ellas dormían, secuestraron a la i por ser la que tiene el tono más agudo. La llevaron amordazada entre dos paréntesis hasta un cercado formado por signos de admiración y líneas de puntos suspensivos y ahí le quitaron la mordaza. La i se prolongó formando un grito angustiado que escucharon todas las demás letras, ocasionando que sus líneas se estremecieran y salieran corriendo en busca de su compañera.
Ingenuas entraron al cercado y detrás de ellas, los signos de interrogación se enlazaron formando una cerradura a la que un punto le puso llave. Desde ese entonces algunas han conseguido liberarse, pero nunca faltan las que todavía son custodiadas por los signos.




Águila




Déjala a ella que sea águila, le pertenece al viento y a las fronteras. Su destino es la cumbre de las montañas desde donde puede divisar los dos mundos, el que ahora la tiene presa y el que añoran sus ojos y llora su instinto.
El viento escuchó el pedido del chaman y se apiadó de sus ruegos. Empezó a soplar con fuerza hasta que levantó el improvisado techo. Ella levantó la cabeza y pudo ver la invitación del cielo, arrancó con el pico la tira de cuero que la mantenía atada y sus alas le dieron por primera el impulso que necesitaba.
Abajo, agradeciendo al viento por haberlo escuchado y al Dios que creó la maravilla que se perdía a lo lejos, danzaba el chaman alrededor del fuego.




Sin esperanza




Ella descendía  la montaña coronada con azules tornasolados, luminosa por los rayos del sol que calentaban la tierra saturando el aire con su sabor a grandeza. Entre las enormes rocas, las sombras fugitivas, cada vez más pequeñas ante el avance de la luz, intentaban esconderse entre las grietas, dejando un rastro con olor a desesperanza.  Pudo sentir pena por ellas, aun cuando por las noches se sentían dueñas de todo.
 Desechando los sombríos pensamientos que le dejaban un sabor fuerte, a uvas avinagradas, decidió disfrutar de la belleza de todo. Entonces se dejó ir libre, extendida sobre la tierra, siguiendo la superficie y el contorno de plantas y rocas, disolviéndose como río, para momentos después, desplegar sus alas como paloma y surcar los aires. Se sintió pequeña ante el espacio sin límites y fue águila, dejó escuchar su grito a la vida y el eco se lo devolvió con sabor a sangre,  de la tierra herida que moría. Supo que era la despedida de un mundo de colores, de sabor y de alegría, que la ignorancia y la necedad del hombre, estaban destruyendo sin remedio el planeta, en intentos agónicos, rescataba cauces de ríos que le habían sido arrebatados y los recuperaba a sangre y lodo. La humanidad pagaba un alto precio por su soberbia. Pero ella sabía que no se puede dominar un río, no se puede cazar un águila, sin que la naturaleza pase la cuenta. De pronto, con dolor, fue detenido su vuelo, aterrada cayó gritando su despedida. El hombre abajo, satisfecho, gozaba su puntería, el rifle aún humeante.
La bala debajo de la piel, dormida, inocente, no sabía que cortaba el hilo de su vida. Con ella morían la montaña, el río, los árboles; el cielo clamaba de dolor. La esperanza agonizaba.


Destino




Los árboles del patio movían sus ramas de forma extraña, era como si estuvieran habitadas por monos invisibles y ante su peso se doblaran gimiendo. Nerviosa me levanté y fui hacia la ventana para mirar más de cerca. Ellas seguían con su danza y mientras buscaba el motivo me di cuenta de que las estrellas lucían apagadas, como marchitándose y ajenas a la noche que era muy negra.  Mi corazón empezó a latir como cuando presiento desastres, esos por los que me temen y causo miedo y rechazo. Entonces lo sentí a él, no tenía esa luz viva que me quita el frío de los huesos, era tibia y triste; presentí una nueva despedida en mi vida. Una importante que me rompería el alma, si es que aún la conservo entera; quizá era su hora de partir y lo más doloroso, que su ida iba a ser sin retorno. El temor parecía convertirme en fragmentos que ante el viento no eran nada, y pensé que pronto sería sólo partículas al aire. Con mi voz de silencio le pedí que no me deje, con un grito interno de angustia le rogué que me lleve. No me respondió, pero en su mirada pude leer un sentimiento profundo, era mucha la pena de la despedida.
Después se fue despejando la noche y las estrellas recobraron su brillo, los árboles la calma y el cielo se volvió tan profundo que me pregunté qué tan lejana sería la distancia de su despedida. Desperté llorando, como una niña que se encuentra perdida en tierra ajena y rodeada de enemigos. Intenté tocar lo intangible y mis manos, con la razón y la lógica, siguieron vacías al no encontrar de dónde asirme para escalar y buscar hasta encontrarlo.  
Todavía hoy tengo miedo y  dejé que lo secuestraran mis ojos y lo profundicé en mi pensamiento, y me aferré a sus palabras como si eso me pudiera salvar de ahogarme en un futuro, que no sé si podré sobrevivir cuando llegue y me lo arrebate en la realidad de ese sueño.


lunes, 8 de julio de 2013

Cuando huyen los pájaros




Un opresivo silencio se había adueñado de todo el lugar y él extrañó los sonidos naturales de la noche. La lluvia había dado una pausa y dejó detrás de sí el ambiente fresco y melancólico; un ligero estremecimiento lo recorrió por completo dejándole una sensación de mal presagio, pero su instinto se   encontraba adormecido por el cansancio de un día de trabajo arduo, y sin tomar en cuenta el desasosiego de su alma entró a la casa para descansar.
Pasadas algunas horas un fuerte crujido lo despertó. En estado de alerta y ya de pie en la habitación intentó encontrar la causa de que a mitad de la noche, se escuchara la inusual algarabía  de cientos de pájaros en pleno vuelo, y fue cuando la tormenta desató su furia golpeando con fuerza, sacudiendo todo. Tiempo después, volaba como antes los pájaros. La casa con él adentro, caía entre avalanchas de lodo, ramas rotas y troncos de árboles.