Laura lucía sus galas de domingo, la amplia falda casi
envolvía a Emiliano cuando
daban giros, en la euforia del baile. Tenía
una tierna sonrisa dibujada en su rostro del color café suave de la tierra que los viera nacer. Su cabello negro, peinado en dos
trenzas y adornado con listones color grana, cautivaba a Emiliano. Él se sentía
orgulloso por ser su compañero
de baile y los dos querían que éste
no acabase, tener un pretexto para rozar sus cuerpos y abrazarse mientras intercambiaban sonrisas, entre revuelo de
faldas y taconeos. La música
alegre contagiaba sus sentidos y con emoción
recibieron los aplausos conquistados. Hubieran querido que el tiempo se hiciera
eterno y contar con una remota posibilidad de permanecer juntos. Después de tres bailes más,
dieron término a su actuación. Ante el júbilo
de la gente que había
disfrutado con ellos, fueron conducidos fuera del escenario. Emiliano consiguió rozar por un momento la mano de Laura, antes de
que el titiritero los arrojara con indiferencia en cajas separadas.
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