Déjala a ella que sea águila, le pertenece al viento y a las fronteras. Su destino es la cumbre de las montañas desde donde puede divisar los dos mundos, el que ahora la tiene presa y el que añoran sus ojos y llora su instinto.
El
viento escuchó el pedido del chaman y se apiadó de sus
ruegos. Empezó a soplar con fuerza hasta que
levantó
el improvisado techo. Ella levantó la cabeza y
pudo ver la invitación del cielo, arrancó con el pico
la tira de cuero que la mantenía atada y sus alas le dieron
por primera el impulso que necesitaba.
Abajo,
agradeciendo al viento por haberlo escuchado y al Dios que creó la
maravilla que se perdía a lo lejos, danzaba el chaman
alrededor del fuego.
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