lunes, 8 de julio de 2013

El abrazo del silencio


Cuánto silencio, cuánto, acompañaba mis pasos solitarios. Era un silencio íntimo, nada tenía que ver con el canto de las montañas que circundaban  los campos. Ni con la alharaca de la bandada de pájaros, y mucho menos con el aullido del coyote a lo lejos. Era un silencio que acallaba las voces, giraba en redondo y  desvanecía el verde de los árboles. Compartía conmigo la frialdad del invierno que se iba instalando en mis oídos y en mis manos. No respetaba a la primavera a pesar de que ella vestía los campos con estallidos de color que me parecía, se desleían y mezclaban como los tonos de los árboles.
Nació dentro de mí, de repente, en el mismo momento en que se perdieron las huellas que dejaban mis pasos. Cuando me tuvo por completo, en un apretado abrazo, mi figura etérea e inmóvil, contemplaba mi cuerpo tendido y muerto en el campo.

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