La mañana lucía luminosa y los loros empezaron su inacabable algarabía con la salida del sol; rompían el silencio que se deshacía en jirones sobre del maizal que sufría su gula y aumentaban los tonos de verde del mismo con sus plumajes iridiscentes. De repente, entre sacudidas de plantas y salvajes aleteos cambiaron su escándalo jubiloso por otro de miedo y levantaron el vuelo espantados. El cielo se pintó de verde. Tras el sonido de los disparos fueron cayendo como si el cielo llorara esmeraldas y sembrara en el maizal un imperturbable silencio de duelo.
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